Cómo acercarse a la fotografía de Yolanda Andrade

Yolanda la inauguración de la muestra "Las vegas: ©2013 Francisco Cubas

Yolanda en la inauguración de la muestra «Las vegas: artificio y neón» en el Instituto Juárez.  ©2013 Francisco Cubas

Han pasado muchos años, pero parece que al fin el trabajo fotográfico de Yolanda Andrade comienza a ser valorado por sus paisanos en Tabasco. No repetiré aquí lo que ya dije sobre su obra y su trayectoria en un post anterior, pero sí vuelvo a decir que es mucho todavía el reconocimiento que las instituciones culturales tabasqueñas le deben a una de sus principales figuras contemporáneas.

La inauguración de la muestra Las Vegas: artificio y neón, que le organizó el Instituto Juárez el pasado 28 de mayo en Villahermosa tuvo una amplia concurrencia que incluyó desde altos funcionarios culturales hasta jóvenes entusiastas de la fotografía que hicieron fila para tomarse la foto con la autora.

La obra, que podrá observarse durante un mes en la galería principal del Instituto Juárez, es en palabras de su autora un pequeño libro de viaje, una crónica visual de una visita que realizó en el 2003, hace ya una década, justo el año en que da el gran salto de lo analógico a lo digital y el todavía más grande salto del blanco y negro al color. (En el catálogo de la exposición, que fue diseñado por la propia Yolanda, ella misma afirma que las fotos fueron tomadas en el 2004, es una confusión que descubrió después, al revisar los archivos de las imágenes).

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Dónde ver buena fotografía en la web

 

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Es una obviedad decir que la web ha sido un recurso inestimable para los fotógrafos. Nadie en la historia tuvo acceso a tantas imágenes como los habitantes de este siglo. La facilidad con que ahora podemos asomarnos a la obra de casi cualquier autor en segundos ni siquiera la soñaron generaciones anteriores. Pero no hay rosa sin espina, o al menos eso asegura nuestra cultura judeocristiana, y en este caso, al menos, parece acertar.

La web no se entiende sin la fotografía; según las cuentas de hace unos días hay en Facebook 5 mil millones de fotos de usuarios (se suben 8 millones diarios), Flickr tiene en su haber 6 mil millones de fotos e Instagram ya suma mil millones. En total (pero este es un total muy parcial, que cambia cada día) 12 mil millones de imágenes, casi dos por cada persona en la Tierra (lo cual es otra señal de la desigualdad nuestra de cada día ¿cuántas personas que no tienen acceso a una cámara son necesarias para compensar a quienes suben 100 fotos de cada fiesta?). Por supuesto, la casi totalidad de las fotos de las redes sociales no representa mayor interés para quien busca ver fotografía seria. Pero aún así estos números casi ilimitados son, paradójicamente, limitantes. Es muy fácil perderse en ese mar que es la web, donde lo que abunda y domina son las páginas que hablan de equipo y técnicas o «trucos», y los portafolios que muestran atardeceres, modelos femeninas, deportes extremos, abuelos, bebés, etc.

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Yolanda Andrade, escenógrafa del caos

Yolanda Andrade en su exposición «Obesiones y analogías», julio de 2011 en la galería Patricia Conde. ©Francisco Cubas

El largo camino que Yolanda Andrade ha tenido que recorrer para ser reconocida en su tierra natal corre parejo con la incipiente apreciación de la fotografía de autor en Tabasco. Su primera exposición en Villahermosa, que ella misma tuvo que gestionar, se llevó a cabo en el otoño del 2003 durante el primer Festival Cultural Ceiba. A raíz de esta muestra el fotógrafo y empresario Hermilo Granados solicitó a la entonces Secretaría de Cultura, Recreación y Deportes que ella impartiera un curso de fotografía al siguiente año en la Casa de Artes José Gorostiza.

Recuerdo claramente el caos imperante entre los asistentes, un grupo variopinto conformado por estudiantes, fotógrafos de estudio y fotoperiodistas. Cada uno había ido allí en busca de algo para mejorar su fotografía, el problema es que muy pocos entendían (muy pocos entienden aún hoy) que la fotografía es un universo con muchos mundos que no necesariamente son compatibles entre sí. La mayoría de los asistentes no conocía la obra de la maestra, que ya era reconocida ampliamente en el medio cultural nacional y había ganado una beca Guggenheim en 1994.

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Todos los Pedros que son Pedro Meyer

Pedro Meyer en Coyoacán, durante su taller «Ideas para el fin del mundo». ©2011 Francisco Cubas

La foto más vieja que sobrevive de las visitas de Pedro Meyer a Tabasco es una maltratada diapositiva en color de unos turistas observando una de las piezas del Parque Museo Carlos Pellicer, en Villahermosa en 1970. En esa época Pedro (él pide siempre a sus alumnos que lo llamen simplemente por su nombre) todavía no se dedicaba de lleno a la fotografía, pero aún así es raro que un autor tan prolífico sólo haya registrado una imagen en su primer visita a esta exuberante capital (tal vez algún extravío posterior del material sea la explicación). En ese mismo año visita Mérida, donde le hace una breve sesión de retratos a Carlos Pellicer. Tomadas en blanco y negro y en diapositiva de color, esas imágenes permanecen inéditas hasta el día de hoy.

Tardó una década en regresar. En 1980, comisionado por Pemex para hacer un ensayo fotográfico, se dio tiempo para visitar a fondo el frigorífico de Villahermosa, de donde salió una de las tres fotografías tomadas en Tabasco que aparecen en su libro retrospectivo Herejías; se trata de la imagen titulada El rastro (el pie de foto en la publicación informa equivocadamente que fue realizada en 1985). Al siguiente año vuelve para trabajar en las instalaciones petroleras de Dos Bocas, y en 1982 toma una solitaria foto, en blanco y negro, de una conferencia impartida por Enrique González Pedrero (que al año siguiente comenzaría su mandato como gobernador de Tabasco) en el Distrito Federal.

En 1986 es contratado por el Instituto de Cultura de Tabasco para realizar un registro fotográfico del patrimonio cultural prehispánico del estado. Realiza esta tarea acompañado de su entonces pareja, la también excelente fotógrafa Graciela Iturbide. Podemos ver en sus negativos de ese año, además de muchísimas piezas prehispánicas, fotos del famoso y desaparecido Café Casino en la Zona Luz; la calle Mayito; algunas tiendas del centro; casas frente a la iglesia La Conchita y por supuesto, retratos de Graciela. En 1987 regresa una vez más para continuar el trabajo sobre Pemex en Centla y Sánchez Magallanes, lugares donde ya desde entonces se derramaba petróleo (de este viaje surgen las dos fotos restantes de Tabasco que aparecen en el libro: Buscando petróleo y El limpia pantanos).

Desde entonces, si sus fotografías sirven como indicador (y alguien que se ha fotografiado a sí mismo en el quirófano, a punto de ser operado, no iría a ningún lugar sin tomar fotos), Pedro Meyer no había vuelto a Tabasco, y ahora lo hará el próximo jueves 25, cuando ofrezca una conferencia a las 12:00 horas, en el auditorio del Museo de Antropología Carlos Pellicer, como parte del 6 Festival Cultural Ceiba.

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El artesano visual

El maestro Carlos Jurado. ©2012 Francisco Cubas

Corrían los últimos años de la Segunda Guerra Mundial cuando un joven chiapaneco de 17 o 18 años desembarcó en el malecón del Grijalva llevando a cuestas una bolsita con dos mudas de ropa. Con esa curiosidad que lo ha acompañado toda su vida, Carlos Jurado había salido de su casa en San Cristóbal de las Casas para conocer su país. Sin un peso en los bolsillos, pidiendo aventón, llegó a Villahermosa desde Ciudad del Carmen en un pequeño vapor y deambuló por el muelle hasta encontrar una vieja casa derruida y abandonada frente al río, con un letrero que ostentaba el idílico nombre de «Las brisas del Grijalva» y que muy probablemente había sido antes una cantina. Allí se instaló el joven visitante, quien pronto se hizo de amigos en el mercado de Villahermosa. Fue uno de ellos quien en una ocasión le dijo, «oiga joven, pero si usted sabe leer y escribir, y no se viste tan mal ¿por qué no le pide un trabajo al gobernador?». Incrédulo en un principio, Jurado finalmente se decidió a ir al Palacio de Gobierno, donde el gobernador, para su sorpresa, le concedió audiencia. Era aquella una época en la que ser político en México no implicaba ser inculto, y gobernaba Tabasco el cantautor y poeta Noé de la Flor Casanova (que tendría como sucesor al gran intelectual Francisco Javier Santamaría). El gobernante le preguntó a aquel joven qué podía hacer por él:

– Quiero trabajar.

– ¿Y qué sabe usted hacer?

– Cualquier cosa.

– ¿Sabe escribir a máquina?

– No.

– Entonces no sabe usted hacer cualquier cosa.

Acto seguido el gobernador le dijo a su secretario que llamara al Jefe de la Policía. «Me puse blanco», recuerda Jurado, «yo creía que me iban a encarcelar, y me repetía a mí mismo que yo no había hecho nada». Pero cuando llegó el funcionario las palabras del mandatario fueron «dale una plaza a este muchacho». Así que le entregaron una gorra y un tolete, y fue designado, para envidia de sus compañeros, a la sección de aduanas. En el primer día que le tocó patrullar se encontró atracado en el muelle «un chalán enorme» cuyo destino era Puerto México (Coatzacoalcos), inmediatamente le preguntó al capitán si lo podía llevar, y ante la respuesta afirmativa tiró la gorra y el tolete, y se embarcó para seguir su viaje río abajo. «No estaba preparado en ese momento para ser policía», dijo Carlos Jurado para cerrar la historia, y su frase arrancó carcajadas entre los asistentes que llenaron a reventar el pequeño auditorio del Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer, en Villahermosa, para asistir ayer a lo que estaba anunciado dentro de las actividades del 6o Festival Cultural Ceiba como una conferencia pero que él insistió en presentar como «una charla». Fue la primera anécdota que contó, y con eso se echó al público a la bolsa (parte de lo que hizo con el resto de su vida aquel joven puede leerse en mi post anterior).

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