El artesano visual

El maestro Carlos Jurado. ©2012 Francisco Cubas

Corrían los últimos años de la Segunda Guerra Mundial cuando un joven chiapaneco de 17 o 18 años desembarcó en el malecón del Grijalva llevando a cuestas una bolsita con dos mudas de ropa. Con esa curiosidad que lo ha acompañado toda su vida, Carlos Jurado había salido de su casa en San Cristóbal de las Casas para conocer su país. Sin un peso en los bolsillos, pidiendo aventón, llegó a Villahermosa desde Ciudad del Carmen en un pequeño vapor y deambuló por el muelle hasta encontrar una vieja casa derruida y abandonada frente al río, con un letrero que ostentaba el idílico nombre de «Las brisas del Grijalva» y que muy probablemente había sido antes una cantina. Allí se instaló el joven visitante, quien pronto se hizo de amigos en el mercado de Villahermosa. Fue uno de ellos quien en una ocasión le dijo, «oiga joven, pero si usted sabe leer y escribir, y no se viste tan mal ¿por qué no le pide un trabajo al gobernador?». Incrédulo en un principio, Jurado finalmente se decidió a ir al Palacio de Gobierno, donde el gobernador, para su sorpresa, le concedió audiencia. Era aquella una época en la que ser político en México no implicaba ser inculto, y gobernaba Tabasco el cantautor y poeta Noé de la Flor Casanova (que tendría como sucesor al gran intelectual Francisco Javier Santamaría). El gobernante le preguntó a aquel joven qué podía hacer por él:

– Quiero trabajar.

– ¿Y qué sabe usted hacer?

– Cualquier cosa.

– ¿Sabe escribir a máquina?

– No.

– Entonces no sabe usted hacer cualquier cosa.

Acto seguido el gobernador le dijo a su secretario que llamara al Jefe de la Policía. «Me puse blanco», recuerda Jurado, «yo creía que me iban a encarcelar, y me repetía a mí mismo que yo no había hecho nada». Pero cuando llegó el funcionario las palabras del mandatario fueron «dale una plaza a este muchacho». Así que le entregaron una gorra y un tolete, y fue designado, para envidia de sus compañeros, a la sección de aduanas. En el primer día que le tocó patrullar se encontró atracado en el muelle «un chalán enorme» cuyo destino era Puerto México (Coatzacoalcos), inmediatamente le preguntó al capitán si lo podía llevar, y ante la respuesta afirmativa tiró la gorra y el tolete, y se embarcó para seguir su viaje río abajo. «No estaba preparado en ese momento para ser policía», dijo Carlos Jurado para cerrar la historia, y su frase arrancó carcajadas entre los asistentes que llenaron a reventar el pequeño auditorio del Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer, en Villahermosa, para asistir ayer a lo que estaba anunciado dentro de las actividades del 6o Festival Cultural Ceiba como una conferencia pero que él insistió en presentar como «una charla». Fue la primera anécdota que contó, y con eso se echó al público a la bolsa (parte de lo que hizo con el resto de su vida aquel joven puede leerse en mi post anterior).

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La visita del unicornio

Autorretrato con sombrero. Carlos Jurado, 1974.

El Festival Ceiba de este año ha traído para los fotógrafos de Tabasco un verdadero lujo: el poder asistir a sendas conferencias de Carlos Jurado y Pedro Meyer, dos protagonistas históricos de la fotografía en México. Difícilmente podría concebirse a dos fotógrafos tan disímbolos, que son un buen ejemplo de la impresionante diversidad del mundo de las imágenes de luz.

Me ocuparé en esta ocasión del maestro Jurado, ya que su charla está a la vuelta del día (es este jueves 17 de octubre a las 19:00 horas, en el auditorio del Museo Regional de Antropología, en la zona CICOM).

Carlos Jurado nació en San Cristóbal de las Casas en 1927. Hombre inquieto e inclinado al arte desde siempre, tuvo una breve estancia en «La Esmeralda» del INBA en 1944, donde fue alumno de María Izquierdo, Antonio Ruiz «El Corso» y Diego Rivera. En la década de 1948 a 1958, se alistó en la Marina Mexicana y después de navegar tres años en el Pacífico comenzó a pintar; como miembro foráneo del Taller de Gráfica Popular participó en colectivas de estampa en Europa, Asia y América; trabajó en el Instituto Nacional Indigenista junto a la escritora Rosario Castellanos en comunidades indígenas de los Altos de Chiapas; pintó el mural Fray Bartolomé de las Casas en la antigua Escuela de Derecho de San Cristóbal de las Casas. Desarrolló una intensa vida profesional, con muestras nacionales y en el extranjero, como la III Exposición Internacional de Grabado de Ljubljana, Polonia, junto a Corneille, Dubufett, Ernst, Hartung, Picasso, Matta, Soulages y Tamayo. En 1961 la Revista de Bellas Artes lo incluyó entre los siete pintores jóvenes más destacados. Viajó a Cuba, fue atrezzo del Ballet Nacional, se incorporó a la milicia en Santiago y trabajó en la Universidad de Oriente, donde conoció a Chichai, su segunda esposa. En 1967 viajó por Centroamérica y fue encarcelado en Pavón, Guatemala, por «distribuir propaganda subversiva». Una campaña de intelectuales encabezada por Rosario Castellanos logró su liberación.

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