Corrían los últimos años de la Segunda Guerra Mundial cuando un joven chiapaneco de 17 o 18 años desembarcó en el malecón del Grijalva llevando a cuestas una bolsita con dos mudas de ropa. Con esa curiosidad que lo ha acompañado toda su vida, Carlos Jurado había salido de su casa en San Cristóbal de las Casas para conocer su país. Sin un peso en los bolsillos, pidiendo aventón, llegó a Villahermosa desde Ciudad del Carmen en un pequeño vapor y deambuló por el muelle hasta encontrar una vieja casa derruida y abandonada frente al río, con un letrero que ostentaba el idílico nombre de «Las brisas del Grijalva» y que muy probablemente había sido antes una cantina. Allí se instaló el joven visitante, quien pronto se hizo de amigos en el mercado de Villahermosa. Fue uno de ellos quien en una ocasión le dijo, «oiga joven, pero si usted sabe leer y escribir, y no se viste tan mal ¿por qué no le pide un trabajo al gobernador?». Incrédulo en un principio, Jurado finalmente se decidió a ir al Palacio de Gobierno, donde el gobernador, para su sorpresa, le concedió audiencia. Era aquella una época en la que ser político en México no implicaba ser inculto, y gobernaba Tabasco el cantautor y poeta Noé de la Flor Casanova (que tendría como sucesor al gran intelectual Francisco Javier Santamaría). El gobernante le preguntó a aquel joven qué podía hacer por él:
– Quiero trabajar.
– ¿Y qué sabe usted hacer?
– Cualquier cosa.
– ¿Sabe escribir a máquina?
– No.
– Entonces no sabe usted hacer cualquier cosa.
Acto seguido el gobernador le dijo a su secretario que llamara al Jefe de la Policía. «Me puse blanco», recuerda Jurado, «yo creía que me iban a encarcelar, y me repetía a mí mismo que yo no había hecho nada». Pero cuando llegó el funcionario las palabras del mandatario fueron «dale una plaza a este muchacho». Así que le entregaron una gorra y un tolete, y fue designado, para envidia de sus compañeros, a la sección de aduanas. En el primer día que le tocó patrullar se encontró atracado en el muelle «un chalán enorme» cuyo destino era Puerto México (Coatzacoalcos), inmediatamente le preguntó al capitán si lo podía llevar, y ante la respuesta afirmativa tiró la gorra y el tolete, y se embarcó para seguir su viaje río abajo. «No estaba preparado en ese momento para ser policía», dijo Carlos Jurado para cerrar la historia, y su frase arrancó carcajadas entre los asistentes que llenaron a reventar el pequeño auditorio del Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer, en Villahermosa, para asistir ayer a lo que estaba anunciado dentro de las actividades del 6o Festival Cultural Ceiba como una conferencia pero que él insistió en presentar como «una charla». Fue la primera anécdota que contó, y con eso se echó al público a la bolsa (parte de lo que hizo con el resto de su vida aquel joven puede leerse en mi post anterior).
Minutos antes de todo esto, aprovechando las ventajas de llegar temprano, tuve la oportunidad de ser presentado al maestro Carlos Jurado e intercambiar algunas palabras con él. A las puertas del museo me encontré con el maestro Edmundo Segura (quien fue alumno de Jurado en la carrera de fotografía en la Universidad Veracruzana), y juntos esperamos al artista, quien llegó acompañado de su esposa, Chichai, y de nuestra gran fotógrafa tabasqueña: Yolanda Andrade, también de visita en su tierra para asistir hoy a la presentación del libro «Senderos de luz», del grupo Enfocarte.
Carlos Jurado afirma entre bromas y veras ser una especie «del pleistoceno», alguien que nunca ha usado ni usará una cámara digital, un smartphone, o una tableta, y que muestra sus imágenes en diapositivas (el maestro Segura tuvo que prestar su viejo proyector, ya que en el Instituto de Cultura hace mucho que dejaron de usarse). «Ese ya no es mi tiempo», dice, a sus 84 años. Tal vez, lo que sí es de otra época es su exquisita cortesía, y la cordialidad con la que trata a cualquier interlocutor. En el curso de los años en que sobreviví como editor de páginas culturales en los diarios tuve la oportunidad de conocer a muchos artistas, y en general (aunque hay notorias excepciones) los más grandes fueron siempre los más sencillos. Carlos Jurado no es la excepción. Alguien, en el transcurso del día, le mencionó que yo había escrito algo sobre su persona en este blog, y él (sin leerlo, porque no usa el internet mas que para el correo electrónico) me lo agradeció en una dedicatoria (que valoro como una joya) en mi ejemplar de El arte de la aprehensión de las imágenes y el unicornio.

Nuestra gran fotógrafa tabasqueña Yolanda Andrade y Carlos Jurado (a la izquierda puede verse ese extraño objeto, el proyector de diapositivas). ©2012 Francisco Cubas
En nuestra brevísima conversación, interrumpida una y otra vez por saludos, presentaciones y firmas de libros a medida que el lugar se iba llenando, tocamos puntos ya reseñados en los libros, como sus inicios con la cámara estenopeica a raíz de una tarea en la que ayudó a su entonces pequeña hija Zinzuni, y otros que yo desconocía, como que en un principio la elite fotográfica mexicana respondió desfavorablemente a su trabajo: «aquella era una época de plena Guerra Fría, muy politizada, y se creía en aquellos tiempos que la fotografía tenía que ser necesariamente comprometida, de denuncia social, de periodismo y documentalismo, no se entendía que pudieran haber otros caminos, Manuel Álvarez Bravo se opuso mucho, me preguntaba que si yo era pintor o fotógrafo, Nacho López era de los que menos soportaba mis fotos, fue muy difícil al principio; lo que a mí me ayudó mucho fue la circunstancia de que yo siempre había tenido a lo largo de mi vida una postura política de izquierda muy firme y mucho más consistente que la de la mayoría de ellos, así que no podían atacarme diciendo que a mí no me importaban los problemas sociales, simplemente yo no creía que la fotografía tuviera que dedicarse solamente a eso; lo bueno es que al final ganamos». Me quedé pensando en cuántas veces, en mi celo por la disciplina que amo, he caído en esos mismos dogmatismos clasificatorios, preocupado por establecer qué es y que no es la fotografía (sin ir más lejos, en mi post anterior) cuando lo más importante de cualquier obra es que nos diga o comunique algo, que sea relevante para nuestro universo visual, y no el cajón al cual pertenece en nuestras siempre limitadas y transitorias clasificaciones (al de la pintura, la fotografía, la ilustración). También me comenta que él no se considera fotógrafo, «yo siempre me he visto como un intruso de la fotografía, ahora ya ni siquiera hago fotos, se me pasó el amor, me ocupo en otras cosas».
Mientras el maestro firmaba otro libro aproveché para preguntarle a su esposa Chichai cómo se habían conocido, en su natal Cuba. Con una gran sonrisa recordó que ambos trabajaban en esa época (tras el triunfo de la revolución) en una revista de la universidad, en Santiago de Cuba, donde alguna vez publicaron un número dedicado a unos dibujos inéditos de García Lorca que se habían encontrado en la isla. Recordó también cuando fue preso político en Guatemala, justo en 1968, «por eso él no vivió lo de octubre del 68, y yo tuve que pasarlo sola en México, porque por ser cubana no me permitían entrar a Guatemala, tampoco me dejaban ir a ver a mi padre, que estaba en Nueva York, y no podría regresar a Cuba porque necesitaba un permiso especial, así que fue una época muy difícil, exiliada por todos lados».
Como ya sabrán los lectores, gracias a presiones diplomáticas Carlos Jurado obtuvo su libertad en aquella ocasión, y varios años más tarde ya estaba aquí, casi listo para iniciar su charla. Tendrían que haberlo visto, a este señor que es mencionado en cualquier libro de la historia del arte en México, nervioso como un colegial, repitiendo «es que yo no estoy acostumbrado a hablar ante tantas personas, me cuesta mucho». El auditorio está lleno en su mayoría de jóvenes estudiantes de fotografía en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y la Universidad del Valle de México, convocados por los maestros Edmundo Segura y Tito Zurita. Supongo que a muchos de ellos, que jamás han usado un rollo de película en su vida, les resultará difícil seguir una plática sobre foto estenopeica, pero aunque algunos van desertando con el tiempo (había personas paradas en ambos pasillos, y sentados en el suelo por delante de las primeras butacas) la gran mayoría permanece hasta al final, escuchando al maestro (flanqueado en el estrado por Ignacio Osorio, director del Centro Fotográfico) contar anécdotas y explicar sus técnicas, haciéndole preguntas, hasta despedirlo con un gran aplauso al final.
En una de esas el fotógrafo Alonso Martínez le pregunta sobre Pedro Meyer (también invitado a este Festival Ceiba) y el maestro responde: «Pedro es un gran amigo, al que quiero mucho, es una persona muy generosa, que ha hecho mucho por la fotografía en México, efectivamente somos opuestos en cuanto a fotografía, y hubo épocas en las que tuvimos grandes discusiones, pero en el fondo nos entendemos», remata con una gran sonrisa, y a continuación narra divertido la anécdota de una ocasión en La Habana, cuando ante una escena maravillosa Pedro echó mano rápidamente de su cámara, tan solo para encontrarse con que no traía rollo puesto (no es extraño que Pedro haya sido el principal impulsor de la fotografía digital en nuestro país). En otra intervención, ante una pregunta sobre sus famosos unicornios, el maestro responde que le alegra mucho que su versión de este antiguo ser mítico se haya convertido en leyenda fotográfica, “incluso tengo el recorte de periódico de una entrevista donde Silvio Rodríguez dice que se inspiró en mi libro para su famosa canción”.
Entre los muchos puntos que toca en su charla (que incluyeron, por ejemplo, la divertida historia de sus cámaras aéreas, realizadas ingeniosamente, como todo lo suyo, con globos) destaco su defensa de la fotografía artesanal contra los automatismos de la electrónica: «No sé si sea la palabra adecuada, pero creo que hay una automatización, una robotización de la mayoría de las personas que usan actualmente una cámara o un celular; no se entiende al aparato, no se entiende al proceso, solamente se aprieta un botón; yo creo que por eso la fotografía estenopeica ha crecido tanto en el mundo, porque creo que hay muchas personas que quieren entender lo que están haciendo y que no desean ser simples operarios de esas tecnologías, detrás de las cuales están los poderes económicos que mueven al mundo mientras le proporcionan entretenimiento; cuando haces una cámara de cartón con tus manos sabes lo que haces, en lo digital no, somos prisioneros de algo que no comprendemos. No estoy en contra de la tecnología, no puedo estarlo, tiene que avanzar, pero creo que tenemos que usarla de manera consciente». Y es verdad que el hombre moderno hace mucho que perdió la facultad de entender cómo funcionan la mayoría de los aparatos que mueven al mundo. Llevo una década estudiando la fotografía digital, y entiendo buena parte de su funcionamiento, pero no soy ingeniero, y hay mucho del proceso que todavía se me escapa, y tal vez se me escapará siempre, porque los semiconductores y el software siguen transformándose todos los días.
Al final, tras las despedidas, me queda una agradable e imborrable impresión de la calidez humana del maestro Carlos Jurado, y la convicción de que su trabajo fotográfico, aún cuando uno no sea entusiasta de la estenopeica, ha sido y es vital para ampliar nuestra reflexión sobre qué es la fotografía, qué queremos de ella y hacia dónde nos conduce.
Genial Cubas, gracias por regalarnos este pasaje, con esa agudeza para destacar lo esencial de la charla, y felicidades, las fotos están de primer nivel!!!