Cómo acercarse a la fotografía de Yolanda Andrade

Yolanda la inauguración de la muestra "Las vegas: ©2013 Francisco Cubas

Yolanda en la inauguración de la muestra «Las vegas: artificio y neón» en el Instituto Juárez.  ©2013 Francisco Cubas

Han pasado muchos años, pero parece que al fin el trabajo fotográfico de Yolanda Andrade comienza a ser valorado por sus paisanos en Tabasco. No repetiré aquí lo que ya dije sobre su obra y su trayectoria en un post anterior, pero sí vuelvo a decir que es mucho todavía el reconocimiento que las instituciones culturales tabasqueñas le deben a una de sus principales figuras contemporáneas.

La inauguración de la muestra Las Vegas: artificio y neón, que le organizó el Instituto Juárez el pasado 28 de mayo en Villahermosa tuvo una amplia concurrencia que incluyó desde altos funcionarios culturales hasta jóvenes entusiastas de la fotografía que hicieron fila para tomarse la foto con la autora.

La obra, que podrá observarse durante un mes en la galería principal del Instituto Juárez, es en palabras de su autora un pequeño libro de viaje, una crónica visual de una visita que realizó en el 2003, hace ya una década, justo el año en que da el gran salto de lo analógico a lo digital y el todavía más grande salto del blanco y negro al color. (En el catálogo de la exposición, que fue diseñado por la propia Yolanda, ella misma afirma que las fotos fueron tomadas en el 2004, es una confusión que descubrió después, al revisar los archivos de las imágenes).

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La Danza del Pochó

Cojoes en la plaza central de Tenosique. ©2010 Francisco Cubas

Cojoes en la plaza central de Tenosique. ©2010 Francisco Cubas

En los los meses de carnaval de 2010 y 2011 me di a la tarea de fotografiar el carnaval en Tenosique, un municipio de Tabasco que bordea con el norte de Chiapas y es parte de la frontera entre México y Guatemala. Las oficinas locales lo promueven como «el más raro del mundo», pero independientemente de que lo sea o no, es una festividad digna de verse. Como en otras partes del mundo, en Tenosique se llevó a cabo un mestizaje del calendario católico con un antiguo ritual local, en este caso una danza de posible origen prehispánico.

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Los rituales del prólogo

Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México. Carlos Monsiváis, Editorial Era. Edición rústica con solapa, 272 páginas más 64 de fotografías en blanco y negro.

La reciente Feria del Libro de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco puso en mi camino Maravillas que son, sombras que fueron, una recopilación póstuma de los textos de Carlos Monsiváis sobre fotografía que apenas va a ser presentado oficialmente en la Feria del Libro de Guadalajara que comenzó hoy. No pude resistirme a comprarlo y conocer sus opiniones sobre varios de los autores que admiro, a pesar de que nunca he disfrutado leer al gran cronista mexicano.

No ha sido por falta de buena voluntad; como a tantos alumnos de Comunicación, su figura me deslumbraba en aquella década de los 90s, cuando todo estudiante progresista que se respetase tenía que acudir a las aulas con La Jornada y Proceso como símbolos bajo el brazo. Me obstinaba en descifrar sus burlas a políticos y periodistas en su farragosa columna Por mi madre bohemios, seguí su polémica con Octavio Paz (a quien yo admiraba aún más) en las páginas de Vuelta e intenté leerlo en cualquiera de las múltiples publicaciones donde escribía, las cuales parecían no tener límite (recuerdo a una revista rockera que se anunciaba con este sarcástico slogan: La única revista donde no publica Monsiváis).

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Una ofrenda al viento

@2012 Francisco Cubas

Bono comparó en una canción el despedirse de un ser querido con la visión de un papalote llevado por el brisa en la playa. Es una imagen muy eficaz: ¿quién puede decir dónde te llevará el viento? Recordé esto ayer al visitar Tapijulapa y su cementerio, ubicado al lado de la iglesia del lugar, en un cerro en medio del pueblo. Me sorprendió ver a muchas familias con sus papalotes que elevaban niños y mayores por igual entre las tumbas. Un abuelo me explicó que en Tapijulapa sólo estos días son propicios para volarlos: «pasando unos días ya no hay buen viento, por eso todo mundo los vuela hoy aquí, en el punto más alto del pueblo, aunque ahora ya se ven muy pocos, antes por todo el pueblo se veían papalotes». De modo que por esta coincidencia el día de los Santos Difuntos trae consigo esta curiosa yuxtaposición de sepulcros y papeles multicolores que se elevan por los aires.

Nunca me han gustado las tumbas. Después del entierro de mi padre hace 22 años, no he visitado una sola vez su lápida en mi pueblo. Pero que maravilla si cada 2 de noviembre voláramos un papalote para esa persona amada, para dejarlo ir alto hacia las nubes y perderse allí de nuestra vista, como una ofrenda de color al viento, para recordarla no en lugar oscuro y húmedo, sino en el luminoso azul del cielo, ahí donde nos dijeron de niños que se iban las personas que morían.

Está de más decir, aunque lo digo, que esta fotografía es para él.

Francisco Cubas

La Gran Inundación (III)

Evacuación de Indeco, 1/11/2007. ©Francisco Cubas

Si quieres ver el primer post de esta serie puedes recorrer la página hacia abajo, o dar click aquí

Aquel 1 de noviembre del 2007 era día de descanso obligatorio, así que el diario no circularía al día siguiente. Dadas las circunstancias se dudaba incluso que los periódicos siguieran circulando después, el desastre natural estaba tomando proporciones que la mayoría de nosotros nunca había vivido en Villahermosa. Aquel jueves salí temprano y me reuní en el edificio de Presente con mi compañero fotógrafo Sadyd Mora y tomamos el único vehículo de la redacción (un tsuru blanco) para salir. Sabíamos que lo que tomáramos no se publicaría al día siguiente, pero lo importante era tener el testimonio de lo que estaba ocurriendo, aunque se imprimiera después.

Tomamos rumbo a la colonia Indeco, y a las pocas cuadras tuvimos que dejar el vehículo y caminar. La avenida estaba atascada, con el tráfico prácticamente detenido. Comenzamos a caminar, pero Sadyd había olvidado algo en el auto y tuvo que regresar. Yo seguí adelante y ya no volví a verlo hasta el viernes. Por toda la avenida se veía gente caminando, me encontré con los amigos fotógrafos América Rocío y Jaime Ávalos, pero no nos detuvimos mucho, cada quien iba a lo suyo y estaba concentrado en lo que hacía.

Por fin la lluvia había dado una tregua, y el cielo era de un azul hermoso, salpicado de nubes blancas, con esa luz más suave que distingue al invierno en el trópico. Era que extraño que un cielo tan bello fuera el telón de fondo de una inundación tan catastrófica. Miles de personas llenaban la avenida cargadas con lo que habían podido sacar de sus casas, ropa, mascotas, muebles pequeños. El rio corría sobre el asfalto con fuerza, y en algunos puntos era necesario agarrase de cuerdas para no tropezar y ser arrastrado por el agua. Parecía una escena de película.

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La Gran Inundación, en una pequeña versión personal

Vecinos evacuan el fraccionamiento La Lima, en las afueras de Villahermosa, 30/10/2007. @Francisco Cubas

Ahora que contemplo las bolsas de arena apiladas frente a la sede de la Bolsa de Valores en Nueva York, con toda la ironía que esa imagen sugiere, me parece un buen día para recordar un poco la gran inundación de Tabasco, que en estos días cumple cinco años de acaecida. Tenía entonces un año de estar trabajando como fotógrafo en el diario Presente de la capital Villahermosa, acababa de pasar dos semanas cubriendo el 5 Festival Cultural Ceiba (que cinco años después acaba de tener continuidad en estos días) cuando asomé la cabeza de las noticias culturales para darme cuenta de que estábamos en medio de una temporada inusual de lluvias. En aquella época las lluvias no solían asustar a nadie en Tabasco, un estado pantanoso, a nivel del mar, que tradicionalmente ha padecido crecientes y encharcamientos (uno de sus municipios, Teapa, tiene el lugar más lluvioso del país), pero esa ocasión parecía distinta. No lo sabíamos aquel martes 30 de octubre del 2007, pero venían días en que parecería que las legendarias lluvias de Macondo se habían instalado aquí; estábamos recibiendo uno de los primeros golpes que el cambio climático ha repartido con regularidad a lo largo y ancho del planeta en esta primera década del siglo XXI.

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Todos los Pedros que son Pedro Meyer

Pedro Meyer en Coyoacán, durante su taller «Ideas para el fin del mundo». ©2011 Francisco Cubas

La foto más vieja que sobrevive de las visitas de Pedro Meyer a Tabasco es una maltratada diapositiva en color de unos turistas observando una de las piezas del Parque Museo Carlos Pellicer, en Villahermosa en 1970. En esa época Pedro (él pide siempre a sus alumnos que lo llamen simplemente por su nombre) todavía no se dedicaba de lleno a la fotografía, pero aún así es raro que un autor tan prolífico sólo haya registrado una imagen en su primer visita a esta exuberante capital (tal vez algún extravío posterior del material sea la explicación). En ese mismo año visita Mérida, donde le hace una breve sesión de retratos a Carlos Pellicer. Tomadas en blanco y negro y en diapositiva de color, esas imágenes permanecen inéditas hasta el día de hoy.

Tardó una década en regresar. En 1980, comisionado por Pemex para hacer un ensayo fotográfico, se dio tiempo para visitar a fondo el frigorífico de Villahermosa, de donde salió una de las tres fotografías tomadas en Tabasco que aparecen en su libro retrospectivo Herejías; se trata de la imagen titulada El rastro (el pie de foto en la publicación informa equivocadamente que fue realizada en 1985). Al siguiente año vuelve para trabajar en las instalaciones petroleras de Dos Bocas, y en 1982 toma una solitaria foto, en blanco y negro, de una conferencia impartida por Enrique González Pedrero (que al año siguiente comenzaría su mandato como gobernador de Tabasco) en el Distrito Federal.

En 1986 es contratado por el Instituto de Cultura de Tabasco para realizar un registro fotográfico del patrimonio cultural prehispánico del estado. Realiza esta tarea acompañado de su entonces pareja, la también excelente fotógrafa Graciela Iturbide. Podemos ver en sus negativos de ese año, además de muchísimas piezas prehispánicas, fotos del famoso y desaparecido Café Casino en la Zona Luz; la calle Mayito; algunas tiendas del centro; casas frente a la iglesia La Conchita y por supuesto, retratos de Graciela. En 1987 regresa una vez más para continuar el trabajo sobre Pemex en Centla y Sánchez Magallanes, lugares donde ya desde entonces se derramaba petróleo (de este viaje surgen las dos fotos restantes de Tabasco que aparecen en el libro: Buscando petróleo y El limpia pantanos).

Desde entonces, si sus fotografías sirven como indicador (y alguien que se ha fotografiado a sí mismo en el quirófano, a punto de ser operado, no iría a ningún lugar sin tomar fotos), Pedro Meyer no había vuelto a Tabasco, y ahora lo hará el próximo jueves 25, cuando ofrezca una conferencia a las 12:00 horas, en el auditorio del Museo de Antropología Carlos Pellicer, como parte del 6 Festival Cultural Ceiba.

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El artesano visual

El maestro Carlos Jurado. ©2012 Francisco Cubas

Corrían los últimos años de la Segunda Guerra Mundial cuando un joven chiapaneco de 17 o 18 años desembarcó en el malecón del Grijalva llevando a cuestas una bolsita con dos mudas de ropa. Con esa curiosidad que lo ha acompañado toda su vida, Carlos Jurado había salido de su casa en San Cristóbal de las Casas para conocer su país. Sin un peso en los bolsillos, pidiendo aventón, llegó a Villahermosa desde Ciudad del Carmen en un pequeño vapor y deambuló por el muelle hasta encontrar una vieja casa derruida y abandonada frente al río, con un letrero que ostentaba el idílico nombre de «Las brisas del Grijalva» y que muy probablemente había sido antes una cantina. Allí se instaló el joven visitante, quien pronto se hizo de amigos en el mercado de Villahermosa. Fue uno de ellos quien en una ocasión le dijo, «oiga joven, pero si usted sabe leer y escribir, y no se viste tan mal ¿por qué no le pide un trabajo al gobernador?». Incrédulo en un principio, Jurado finalmente se decidió a ir al Palacio de Gobierno, donde el gobernador, para su sorpresa, le concedió audiencia. Era aquella una época en la que ser político en México no implicaba ser inculto, y gobernaba Tabasco el cantautor y poeta Noé de la Flor Casanova (que tendría como sucesor al gran intelectual Francisco Javier Santamaría). El gobernante le preguntó a aquel joven qué podía hacer por él:

– Quiero trabajar.

– ¿Y qué sabe usted hacer?

– Cualquier cosa.

– ¿Sabe escribir a máquina?

– No.

– Entonces no sabe usted hacer cualquier cosa.

Acto seguido el gobernador le dijo a su secretario que llamara al Jefe de la Policía. «Me puse blanco», recuerda Jurado, «yo creía que me iban a encarcelar, y me repetía a mí mismo que yo no había hecho nada». Pero cuando llegó el funcionario las palabras del mandatario fueron «dale una plaza a este muchacho». Así que le entregaron una gorra y un tolete, y fue designado, para envidia de sus compañeros, a la sección de aduanas. En el primer día que le tocó patrullar se encontró atracado en el muelle «un chalán enorme» cuyo destino era Puerto México (Coatzacoalcos), inmediatamente le preguntó al capitán si lo podía llevar, y ante la respuesta afirmativa tiró la gorra y el tolete, y se embarcó para seguir su viaje río abajo. «No estaba preparado en ese momento para ser policía», dijo Carlos Jurado para cerrar la historia, y su frase arrancó carcajadas entre los asistentes que llenaron a reventar el pequeño auditorio del Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer, en Villahermosa, para asistir ayer a lo que estaba anunciado dentro de las actividades del 6o Festival Cultural Ceiba como una conferencia pero que él insistió en presentar como «una charla». Fue la primera anécdota que contó, y con eso se echó al público a la bolsa (parte de lo que hizo con el resto de su vida aquel joven puede leerse en mi post anterior).

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La visita del unicornio

Autorretrato con sombrero. Carlos Jurado, 1974.

El Festival Ceiba de este año ha traído para los fotógrafos de Tabasco un verdadero lujo: el poder asistir a sendas conferencias de Carlos Jurado y Pedro Meyer, dos protagonistas históricos de la fotografía en México. Difícilmente podría concebirse a dos fotógrafos tan disímbolos, que son un buen ejemplo de la impresionante diversidad del mundo de las imágenes de luz.

Me ocuparé en esta ocasión del maestro Jurado, ya que su charla está a la vuelta del día (es este jueves 17 de octubre a las 19:00 horas, en el auditorio del Museo Regional de Antropología, en la zona CICOM).

Carlos Jurado nació en San Cristóbal de las Casas en 1927. Hombre inquieto e inclinado al arte desde siempre, tuvo una breve estancia en «La Esmeralda» del INBA en 1944, donde fue alumno de María Izquierdo, Antonio Ruiz «El Corso» y Diego Rivera. En la década de 1948 a 1958, se alistó en la Marina Mexicana y después de navegar tres años en el Pacífico comenzó a pintar; como miembro foráneo del Taller de Gráfica Popular participó en colectivas de estampa en Europa, Asia y América; trabajó en el Instituto Nacional Indigenista junto a la escritora Rosario Castellanos en comunidades indígenas de los Altos de Chiapas; pintó el mural Fray Bartolomé de las Casas en la antigua Escuela de Derecho de San Cristóbal de las Casas. Desarrolló una intensa vida profesional, con muestras nacionales y en el extranjero, como la III Exposición Internacional de Grabado de Ljubljana, Polonia, junto a Corneille, Dubufett, Ernst, Hartung, Picasso, Matta, Soulages y Tamayo. En 1961 la Revista de Bellas Artes lo incluyó entre los siete pintores jóvenes más destacados. Viajó a Cuba, fue atrezzo del Ballet Nacional, se incorporó a la milicia en Santiago y trabajó en la Universidad de Oriente, donde conoció a Chichai, su segunda esposa. En 1967 viajó por Centroamérica y fue encarcelado en Pavón, Guatemala, por «distribuir propaganda subversiva». Una campaña de intelectuales encabezada por Rosario Castellanos logró su liberación.

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