Los rituales del prólogo

Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México. Carlos Monsiváis, Editorial Era. Edición rústica con solapa, 272 páginas más 64 de fotografías en blanco y negro.

La reciente Feria del Libro de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco puso en mi camino Maravillas que son, sombras que fueron, una recopilación póstuma de los textos de Carlos Monsiváis sobre fotografía que apenas va a ser presentado oficialmente en la Feria del Libro de Guadalajara que comenzó hoy. No pude resistirme a comprarlo y conocer sus opiniones sobre varios de los autores que admiro, a pesar de que nunca he disfrutado leer al gran cronista mexicano.

No ha sido por falta de buena voluntad; como a tantos alumnos de Comunicación, su figura me deslumbraba en aquella década de los 90s, cuando todo estudiante progresista que se respetase tenía que acudir a las aulas con La Jornada y Proceso como símbolos bajo el brazo. Me obstinaba en descifrar sus burlas a políticos y periodistas en su farragosa columna Por mi madre bohemios, seguí su polémica con Octavio Paz (a quien yo admiraba aún más) en las páginas de Vuelta e intenté leerlo en cualquiera de las múltiples publicaciones donde escribía, las cuales parecían no tener límite (recuerdo a una revista rockera que se anunciaba con este sarcástico slogan: La única revista donde no publica Monsiváis).

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La Gran Inundación (III)

Evacuación de Indeco, 1/11/2007. ©Francisco Cubas

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Aquel 1 de noviembre del 2007 era día de descanso obligatorio, así que el diario no circularía al día siguiente. Dadas las circunstancias se dudaba incluso que los periódicos siguieran circulando después, el desastre natural estaba tomando proporciones que la mayoría de nosotros nunca había vivido en Villahermosa. Aquel jueves salí temprano y me reuní en el edificio de Presente con mi compañero fotógrafo Sadyd Mora y tomamos el único vehículo de la redacción (un tsuru blanco) para salir. Sabíamos que lo que tomáramos no se publicaría al día siguiente, pero lo importante era tener el testimonio de lo que estaba ocurriendo, aunque se imprimiera después.

Tomamos rumbo a la colonia Indeco, y a las pocas cuadras tuvimos que dejar el vehículo y caminar. La avenida estaba atascada, con el tráfico prácticamente detenido. Comenzamos a caminar, pero Sadyd había olvidado algo en el auto y tuvo que regresar. Yo seguí adelante y ya no volví a verlo hasta el viernes. Por toda la avenida se veía gente caminando, me encontré con los amigos fotógrafos América Rocío y Jaime Ávalos, pero no nos detuvimos mucho, cada quien iba a lo suyo y estaba concentrado en lo que hacía.

Por fin la lluvia había dado una tregua, y el cielo era de un azul hermoso, salpicado de nubes blancas, con esa luz más suave que distingue al invierno en el trópico. Era que extraño que un cielo tan bello fuera el telón de fondo de una inundación tan catastrófica. Miles de personas llenaban la avenida cargadas con lo que habían podido sacar de sus casas, ropa, mascotas, muebles pequeños. El rio corría sobre el asfalto con fuerza, y en algunos puntos era necesario agarrase de cuerdas para no tropezar y ser arrastrado por el agua. Parecía una escena de película.

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