La Danza del Pochó

Cojoes en la plaza central de Tenosique. ©2010 Francisco Cubas

Cojoes en la plaza central de Tenosique. ©2010 Francisco Cubas

En los los meses de carnaval de 2010 y 2011 me di a la tarea de fotografiar el carnaval en Tenosique, un municipio de Tabasco que bordea con el norte de Chiapas y es parte de la frontera entre México y Guatemala. Las oficinas locales lo promueven como «el más raro del mundo», pero independientemente de que lo sea o no, es una festividad digna de verse. Como en otras partes del mundo, en Tenosique se llevó a cabo un mestizaje del calendario católico con un antiguo ritual local, en este caso una danza de posible origen prehispánico.

Los personajes principales de la danza son tres: cojoes, tigres y pochoveras. Los cojoes son unos peculiares hombres de maíz, con máscara de madera y sombrero tejano adornado de bugambilias, que esgrimen el shiquish (nombre onomatopéyico), un palo hueco relleno de semillas que le otorgan su particular sonido. Los tigres son en realidad jaguares (es curioso que en nuestro territorio haya perdurado el nombre erróneo que le otorgaron los españoles a este felino, y no el maya, balam, o el internacional jaguar, que proviene de la lengua guaraní), los danzantes de este grupo portan pieles auténticas y se pintan el cuerpo con barro, marcando las supuestas manchas del felino con carbón. Las pochoveras llevan vestidos muy similares los demás trajes regionales femeninos de México y también usan un sombrero adornado con flores, una de ellas, la llamada «capitana», porta una bandera roja (blanca el último día). A estos danzantes se suma el portador de la caja (un tambor) que es quien marca la trayectoria que seguirá la comitiva por entre las calles del pueblo, y el pitero, que complementa el ritmo con su pito o flauta de carrizo.

La coreografía es circular y en ella las pochoveras usan un paso parecido al de las mazurcas. Pasado un cierto tiempo que marca el tambor, los cojoes tienden una cuerda que los tigres se turnan para saltar, después de esto, los tigres quedan sueltos y «capturan» uno por uno a los cojoes que bordean el círculo, mientras las pochoveras continúan rodeándolos con sus pasos. Cuando ya han llenado la parte central del círculo el redoble del tambor marca su disolución, y todos los cojoes son libres de nuevo para bailar en el círculo exterior. En los lugares donde hay árboles o azoteas donde se pueda trepar con relativa seguridad se lleva a cabo una variante en la que los tigres trepan y son luego capturados por los cojoes. Este ciclo se repite una y otra vez por las calles del pueblo donde va pasando la caja, y en su camino van integrándose más y más danzantes, hasta llegar a la plaza central donde se concentran en gran número para la danza final. En años recientes, retomando una parte de la tradición olvidada, se hace un baile final en el pequeño parque a la orilla del malecón, que generalmente coincide con la puesta de sol sobre el majestuoso Usumacinta.

Los tigres atrapan a los cojoes en un momento de la danza. ©2010 Francisco Cubas

Los tigres atrapan a los cojoes en un momento de la danza. ©20120 Francisco Cubas

¿Y qué significa esta danza? Muchas cosas y ninguna, porque su origen se olvidó hace mucho tiempo y lo único que han quedado son conjeturas e interpretaciones. Durante dos años platiqué con muchos participantes de la danza, jóvenes y viejos, ninguno coincidió en su explicación. Pero esto es lógico, finalmente es una danza bailada por mestizos, no por indígenas. Hasta donde yo sé el único especialista que ha publicado un estudio sobre el tema es el arqueólogo Tomás Pérez Suárez, quien en la revista Arqueología Mexicana (volumen XI, número 61) refiere que la palabra Pochó:

«aparece en el diccionario Maya Cordemex como una palabra registrada en la primera mitad del siglo XIX por Juan Pío Pérez, con la siguiente definición: un baile vedado, mitotada de indios con sus tunkules».

Ese sería el difuso origen, pero es claro que la danza fue adaptada y apropiada por los mestizos. No hace falta ser especialista para distinguir los elementos extranjeros en la vestimenta de los danzantes, como los sombreros, los tulipanes, las hojas de castaña (que no son especies autóctonas),  y el vestido de las pochoveras. Pérez Suárez destaca además las semejanzas entre el atuendo de los tigres y el personaje que aparece en una jamba del Templo de la Cruz en Palenque. En el siglo XIX, cuando el descubrimiento de Palenque era muy reciente, se vivió un período de liberalismo en las colonias españolas, es en esa época cuando los carnavales comienzan a tener gran auge, incorporando más o menos veladamente viejos rituales y ceremonias ya casi olvidadas. Según el arquéologo, la danza del Pochó:

«simboliza coreográficamente la destrucción de un mundo anterior y la regeneración de un mundo nuevo. Por su forma y contenido, forma parte de una amplia familia de danzas guerreras, rituales gladiatores y ceremonias de sacrificios humanos que después de la Conquista y de la época colonial aún se escenificaban en las celebraciones de los santos patronos de los pueblos».  

Dibujo de Claudio Litani de 1828 que reproduce a un "empetatado" en el carnaval que se celebraba en Palenque.

Dibujo de Claudio Litani de 1828 que reproduce a un «empetatado» en el carnaval que se celebraba en Palenque.

Para mi gusto el argumento más fuerte que esgrime Pérez Suárez en favor de su hipótesis son dibujos del siglo XIX realizados por Claudio Litani y Jean Frederick donde se muestra a personajes del carnaval que se celebraba en esa época en Palenque. Nadie podría negar el gran parecido con los cojoes y los tigres. De esta manera, la danza del Pochó parece ser una reelaboración de una antigua danza maya, decorada con personajes inspirados en el mundo mestizo de la colonia y las imágenes de Palenque. El artículo completo puede leerse aquí.

Dibujo de Claudio Litani en 1828 de un tigre en el carnaval que se celebraba en Palenque.

Dibujo de Claudio Litani en 1828 de un tigre en el carnaval que se celebraba en Palenque.

Muchas personas, defensoras de la tradición de la danza del Pochó,  encuentran incómoda esta hipótesis. Les parece que el afirmar que no es una danza completamente indígena le resta méritos de alguna manera. Sin duda esto la haría menos vendible turísticamente, pero para mi gusto, el que sea o no indígena y el que sea imposible establecer su significado original no tiene realmente importancia. Finalmente, los danzantes son mestizos del siglo XXI que jamás han creído en el dios Pochó.

Para mí lo verdaderamente relevante es que la danza del Pochó sigue siendo hasta hoy un carnaval genuinamente popular, hecho por el pueblo y para el  pueblo. No hay un comité ni una burocracia que establezca fechas y presupuestos, los danzantes se organizan porque así lo han hecho desde niños, y lo enseñan a sus hijos. Por las calles del pueblo desfilan disfrazadas todas sus clases sociales, y la organización no corre a cargo de las más elevadas. Como en toda tradición, hay diferencias sobre lo que debe ser o no, y dentro de la danza conviven los conservadores que quieren regresar a la época en que se danzaba en los patios arbolados de las casas más que en las calles; los moderados, que están conformes con bailar en las calles pero son muy estrictos con los detalles del atuendo; y los anarquistas, adolescentes que pintan sus máscaras con motivos de cómics o equipos de fútbol. Pero estas diferencias y discusiones también son una prueba de vitalidad, de que a la gente realmente le importa su fiesta. ¿Ustedes se imaginan a alguien discutiendo por el carnaval de Villahermosa?

Participar en esta celebración es asomarse a un mundo raro. Tenosique es un pueblo hermoso y dañado, como el mismo México. Tiene una geografía impresionante, con grandes cerros que aún conservan algunos restos de selva y el Usumacinta, uno de los ríos más caudalosos del mundo, que corre por un cañón a unos minutos del pueblo. Caminando alguna vez a orillas de la carretera tuve la suerte de ver tucanes. Pero también por ahí pasa La Bestia, el ferrocarril que corre cargado con las historias trágicas de los miles de indocumentados centroamericanos que transitan por México buscando el sueño americano. Los retenes permanentes en las entradas del pueblo son un recordatorio de los problemas de inseguridad que acarrea esta situación.

Es una fiesta ruda.

Es una fiesta ruda. ©2010 Francisco Cubas

Pero el carnaval, la fiesta de la carne, es una celebración por estar vivo, un carpe diem sensual y desafiante. Si se quiere conocer bien la danza hay que estar ahí por la mañana, para ver en detalle cómo se visten los cojoes y se pintan los tigres (las pochoveras, por lo general, no se dejan ver sin vestido). Los habitantes del pueblo están muy orgullosos de su fiesta, y reciben con mucha cortesía a los visitantes, por lo que no resulta difícil entrar a muchas de las casas donde se preparan los danzantes. Una vez preparado el contingente sale la caja, y comienza el recorrido por las calles. Estar cerca de los danzantes como espectador requiere de nervios templados. Los cojoes, que son los vándalos de la danza, golpean a los mirones con el shiquish, arrojan harina y agua, o bromean con juguetes fálicos. Si uno va en plan de fotógrafo y pretende estar en medio de la danza es muy recomendable proteger la cámara con una bolsa de plástico o una funda especial. Como en toda celebración callejera amparada por máscaras y regada con alcohol, no falta quien cruza a veces la línea entre diversión y agresión, y no es raro ver riñas a golpes, pero son excepciones, el Pochó es un festejo familiar, como lo prueba la presencia de las pochoveras, siempre respetadas. En los días de febrero, el aire es más transparente en el trópico, el cielo es profundamente azul y la luz parece haber sido hecha pensando en los fotógrafos. El colorido de los danzantes hace juego con las paredes de las casas, muchas de ellas de madera. Pese a ser el final del invierno, el sol quema duramente y la danza sólo se hace soportable gracias a los providenciales expendios de cerveza regados a lo largo de la ruta que va de las vías del tren hacia el centro. Tenosique es todavía un pueblo pequeño, con las ventajas y desventajas que esto supone, y casi todo el mundo se reconoce y se saluda en los alrededores de la plaza central, entre los puestos de cerveza y comida, a la espera de que llegue la caja.

El final es todo un espectáculo. Los cientos de danzantes llenan la plaza, la harina, el agua y la cerveza llueven por todos lados, el ritmo del tambor y los gritos de cojoes y tigres crean una atmósfera excitante cuyo clímax tiene lugar poco antes de que se ponga el sol.

Hay muchos más detalles que contar sobre el Pochó, pero creo que este post ya es suficientemente largo como para dar al lector curioso un buen motivo para visitar Tenosique este próximo domingo, o el martes, cuando llega el final final y se lleva a cabo «la recogida de los pasos». Es un excelente pretexto para conocer esa tierra tan hermosa.

Francisco Cubas

PD: Puedes dar click aquí para ver una selección de mis fotos del 2010, en unos días pondré las del 2011. 

2 pensamientos en “La Danza del Pochó

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