Semillas para una nueva fotografía en Tabasco

Pedro Meyer en El Submarino. ©2012 Francisco Cubas

No podía haber sido de otra manera. No me imagino a Pedro Meyer visitando un lugar para hablar sobre fotografía sin cuestionar lo que se está haciendo allí, y sin aportar su visión sobre cómo deben hacerse las cosas. Iba más o menos a la mitad de su conferencia cuando mencionó al Centro Fotográfico del Instituto de Cultura de Tabasco: “La toma es sólo una parte de la fotografía, quien piense que ya con la toma está haciendo fotografía se equivoca. La fotografía ya cambió, y tenemos que usar las herramientas tecnológicas que tenemos hoy a nuestro alcance para contar historias. Ayer visité el Centro Fotográfico y vi la exposición que está ahí. Y me parece que seguir simplemente colgando fotos fijas en las paredes es una forma obsoleta de hacer las cosas, es un desperdicio. Ojo, no estoy diciendo que esas fotos estén mal, ni que ya no haya que exponer fotos impresas, estoy diciendo que eso es apenas una parte. Esta exposición, por ejemplo, cuyo tema es el desnudo, tiene mucha información y vivencias alrededor que no están siendo aprovechadas”.

Más adelante, casi al final, retomó el punto para recomendar: “Ustedes ya tienen un lugar muy bueno ahí en el Centro Fotográfico, adecuado para promover la fotografía, pero tienen que juntarse, discutir, reflexionar, porque nadie la va a hacer solo, hay que compartir y unir fuerzas, pero no siguiendo modelos obsoletos, el colgar fotos en las paredes es algo que ya se hecho desde hace cien años, el de hoy es otro mundo, con problemas distintos y a ustedes les toca encontrar soluciones nuevas”.

Fue tal vez el punto más relevante para la fotografía en Tabasco de la conferencia que ofreció el pasado jueves en el auditorio del Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer. Tras lo vivido la semana anterior en la conferencia de Carlos Jurado (que llenó por completo el lugar) muchas personas llegamos desde una hora antes, para asegurar un lugar. Y como habíamos supuesto, nuevamente el auditorio, que apenas tiene sillas para 60 personas, se llenó a reventar, a pesar del horario tan poco propicio (mediodía entre semana, cuando la mayoría está en el trabajo o en la escuela). Decenas de personas que llegaron después tuvieron que regresarse sin poder entrar. Cuando las autoridades culturales planearon este festival seguramente no tenían idea de quienes eran Carlos Jurado y Pedro Meyer, ni del interés que despierta entre los jóvenes en Tabasco (y en todo el mundo) la fotografía; de otra manera no les habrían asignado la sede más pequeña de todas las usadas en el festejo.

Sigue leyendo

Todos los Pedros que son Pedro Meyer

Pedro Meyer en Coyoacán, durante su taller «Ideas para el fin del mundo». ©2011 Francisco Cubas

La foto más vieja que sobrevive de las visitas de Pedro Meyer a Tabasco es una maltratada diapositiva en color de unos turistas observando una de las piezas del Parque Museo Carlos Pellicer, en Villahermosa en 1970. En esa época Pedro (él pide siempre a sus alumnos que lo llamen simplemente por su nombre) todavía no se dedicaba de lleno a la fotografía, pero aún así es raro que un autor tan prolífico sólo haya registrado una imagen en su primer visita a esta exuberante capital (tal vez algún extravío posterior del material sea la explicación). En ese mismo año visita Mérida, donde le hace una breve sesión de retratos a Carlos Pellicer. Tomadas en blanco y negro y en diapositiva de color, esas imágenes permanecen inéditas hasta el día de hoy.

Tardó una década en regresar. En 1980, comisionado por Pemex para hacer un ensayo fotográfico, se dio tiempo para visitar a fondo el frigorífico de Villahermosa, de donde salió una de las tres fotografías tomadas en Tabasco que aparecen en su libro retrospectivo Herejías; se trata de la imagen titulada El rastro (el pie de foto en la publicación informa equivocadamente que fue realizada en 1985). Al siguiente año vuelve para trabajar en las instalaciones petroleras de Dos Bocas, y en 1982 toma una solitaria foto, en blanco y negro, de una conferencia impartida por Enrique González Pedrero (que al año siguiente comenzaría su mandato como gobernador de Tabasco) en el Distrito Federal.

En 1986 es contratado por el Instituto de Cultura de Tabasco para realizar un registro fotográfico del patrimonio cultural prehispánico del estado. Realiza esta tarea acompañado de su entonces pareja, la también excelente fotógrafa Graciela Iturbide. Podemos ver en sus negativos de ese año, además de muchísimas piezas prehispánicas, fotos del famoso y desaparecido Café Casino en la Zona Luz; la calle Mayito; algunas tiendas del centro; casas frente a la iglesia La Conchita y por supuesto, retratos de Graciela. En 1987 regresa una vez más para continuar el trabajo sobre Pemex en Centla y Sánchez Magallanes, lugares donde ya desde entonces se derramaba petróleo (de este viaje surgen las dos fotos restantes de Tabasco que aparecen en el libro: Buscando petróleo y El limpia pantanos).

Desde entonces, si sus fotografías sirven como indicador (y alguien que se ha fotografiado a sí mismo en el quirófano, a punto de ser operado, no iría a ningún lugar sin tomar fotos), Pedro Meyer no había vuelto a Tabasco, y ahora lo hará el próximo jueves 25, cuando ofrezca una conferencia a las 12:00 horas, en el auditorio del Museo de Antropología Carlos Pellicer, como parte del 6 Festival Cultural Ceiba.

Sigue leyendo

El artesano visual

El maestro Carlos Jurado. ©2012 Francisco Cubas

Corrían los últimos años de la Segunda Guerra Mundial cuando un joven chiapaneco de 17 o 18 años desembarcó en el malecón del Grijalva llevando a cuestas una bolsita con dos mudas de ropa. Con esa curiosidad que lo ha acompañado toda su vida, Carlos Jurado había salido de su casa en San Cristóbal de las Casas para conocer su país. Sin un peso en los bolsillos, pidiendo aventón, llegó a Villahermosa desde Ciudad del Carmen en un pequeño vapor y deambuló por el muelle hasta encontrar una vieja casa derruida y abandonada frente al río, con un letrero que ostentaba el idílico nombre de «Las brisas del Grijalva» y que muy probablemente había sido antes una cantina. Allí se instaló el joven visitante, quien pronto se hizo de amigos en el mercado de Villahermosa. Fue uno de ellos quien en una ocasión le dijo, «oiga joven, pero si usted sabe leer y escribir, y no se viste tan mal ¿por qué no le pide un trabajo al gobernador?». Incrédulo en un principio, Jurado finalmente se decidió a ir al Palacio de Gobierno, donde el gobernador, para su sorpresa, le concedió audiencia. Era aquella una época en la que ser político en México no implicaba ser inculto, y gobernaba Tabasco el cantautor y poeta Noé de la Flor Casanova (que tendría como sucesor al gran intelectual Francisco Javier Santamaría). El gobernante le preguntó a aquel joven qué podía hacer por él:

– Quiero trabajar.

– ¿Y qué sabe usted hacer?

– Cualquier cosa.

– ¿Sabe escribir a máquina?

– No.

– Entonces no sabe usted hacer cualquier cosa.

Acto seguido el gobernador le dijo a su secretario que llamara al Jefe de la Policía. «Me puse blanco», recuerda Jurado, «yo creía que me iban a encarcelar, y me repetía a mí mismo que yo no había hecho nada». Pero cuando llegó el funcionario las palabras del mandatario fueron «dale una plaza a este muchacho». Así que le entregaron una gorra y un tolete, y fue designado, para envidia de sus compañeros, a la sección de aduanas. En el primer día que le tocó patrullar se encontró atracado en el muelle «un chalán enorme» cuyo destino era Puerto México (Coatzacoalcos), inmediatamente le preguntó al capitán si lo podía llevar, y ante la respuesta afirmativa tiró la gorra y el tolete, y se embarcó para seguir su viaje río abajo. «No estaba preparado en ese momento para ser policía», dijo Carlos Jurado para cerrar la historia, y su frase arrancó carcajadas entre los asistentes que llenaron a reventar el pequeño auditorio del Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer, en Villahermosa, para asistir ayer a lo que estaba anunciado dentro de las actividades del 6o Festival Cultural Ceiba como una conferencia pero que él insistió en presentar como «una charla». Fue la primera anécdota que contó, y con eso se echó al público a la bolsa (parte de lo que hizo con el resto de su vida aquel joven puede leerse en mi post anterior).

Sigue leyendo

La visita del unicornio

Autorretrato con sombrero. Carlos Jurado, 1974.

El Festival Ceiba de este año ha traído para los fotógrafos de Tabasco un verdadero lujo: el poder asistir a sendas conferencias de Carlos Jurado y Pedro Meyer, dos protagonistas históricos de la fotografía en México. Difícilmente podría concebirse a dos fotógrafos tan disímbolos, que son un buen ejemplo de la impresionante diversidad del mundo de las imágenes de luz.

Me ocuparé en esta ocasión del maestro Jurado, ya que su charla está a la vuelta del día (es este jueves 17 de octubre a las 19:00 horas, en el auditorio del Museo Regional de Antropología, en la zona CICOM).

Carlos Jurado nació en San Cristóbal de las Casas en 1927. Hombre inquieto e inclinado al arte desde siempre, tuvo una breve estancia en «La Esmeralda» del INBA en 1944, donde fue alumno de María Izquierdo, Antonio Ruiz «El Corso» y Diego Rivera. En la década de 1948 a 1958, se alistó en la Marina Mexicana y después de navegar tres años en el Pacífico comenzó a pintar; como miembro foráneo del Taller de Gráfica Popular participó en colectivas de estampa en Europa, Asia y América; trabajó en el Instituto Nacional Indigenista junto a la escritora Rosario Castellanos en comunidades indígenas de los Altos de Chiapas; pintó el mural Fray Bartolomé de las Casas en la antigua Escuela de Derecho de San Cristóbal de las Casas. Desarrolló una intensa vida profesional, con muestras nacionales y en el extranjero, como la III Exposición Internacional de Grabado de Ljubljana, Polonia, junto a Corneille, Dubufett, Ernst, Hartung, Picasso, Matta, Soulages y Tamayo. En 1961 la Revista de Bellas Artes lo incluyó entre los siete pintores jóvenes más destacados. Viajó a Cuba, fue atrezzo del Ballet Nacional, se incorporó a la milicia en Santiago y trabajó en la Universidad de Oriente, donde conoció a Chichai, su segunda esposa. En 1967 viajó por Centroamérica y fue encarcelado en Pavón, Guatemala, por «distribuir propaganda subversiva». Una campaña de intelectuales encabezada por Rosario Castellanos logró su liberación.

Sigue leyendo