
El centro de Villahermosa visto desde el puente Solidaridad, 2 de noviembre de 2007. ©Francisco Cubas
Aquel 2 de noviembre de 2007 Tabasco amaneció con un millón de damnificados y con su centro histórico anegado por las aguas del río de la Sierra. Tan sólo en la capital se habían abierto más de 300 albergues. Las dos avenidas principales de Villahermosa, Gregorio Méndez y Paseo Tabasco, eran vías fluviales con embarcaderos donde la Marina y Protección civil evacuaban constantemente a nuevos afectados. No había internet en casi toda la ciudad (los smartphones aún no eran populares), las redes celulares se interrumpían a cada rato, el escaso transporte público disponible operaba de manera caótica. La Ciudad Deportiva, en la parte más alta de la capital, estaba convertida en un helipuerto de donde despegaban todo el día misiones de rescate y abastecimiento. El ruido de las aeronaves era una constante en el cielo. Las carreteras estaban interrumpidas, la vía hacia el aeropuerto apenas podía ser transitada por vehículos de gran tamaño.
En esas condiciones, ponerse a imprimir un diario podía parecer un ejercicio inútil o incluso frívolo. Esa fue la disyuntiva que se enfrentó en la redacción del diario Presente la tarde de aquel día y la decisión fue seguir adelante y publicar. Nunca supe las razones de los directivos, ya que en mi puesto de editor de fotografía (recién creado en aquel entonces en ese diario) no entraba a las juntas para definir la portada. Sólo sé que me pareció adecuado. Me pareció que era un deber histórico hacerlo, y que en algo podríamos ser útiles a las escasas personas que recibirían el periódico.
Aquella era un redacción diezmada. El edificio ubicado en Pagés Llergo no corría peligro de inundarse, pero casi todos los empleados habían sido afectados. Algunos habían perdido su casa, otros tenían que atender a familiares refugiados, algunos más habían quedado incomunicados en sus municipios. Para aquella edición sólo quedamos nueve personas: Mauricio Valencia (editor de Deportes), Esdras Cruz (editor de Espectáculos), Eloy Rodríguez (editor de Sociales), Carlos Zapata (fotógrafo que se quedó a ayudarme en la selección de imágenes), Gustavo Ortiz (ilustrador que estaba temporalmente como jefe de Diseño), Isidoro Hernández (corrección de imágenes), Luis Domingo Tobías (Sistemas) y un joven diseñador cuyo apellido no logro recordar, que se llamaba Amado.
En otras circunstancias, hubiera sido el número soñado por un fotoperiodista. Había muy pocas notas y muy poca gente, por lo que se hizo una edición basada prácticamente en reportajes gráficos, con unas cuantas notas de acompañamiento, en apenas 12 páginas que ni siquiera incluyeron el directorio de la empresa. Por una vez, lo importante era ser útiles a la población e informar.

Joven rescatada por la Marina y desembarcada en la avenida Gregorio Méndez, 2 de noviembre de 2007. ©Francisco Cubas
Quien haya conocido una redacción sabe que suelen ser lugares donde se libran fieras batallas por cada página. El diario impreso es un poder (ahora en decadencia y ya con vistas a desaparecer) que los departamentos de Diseño, Edición e Información disputan nota a nota por debajo de la línea editorial de la empresa, que es un laberinto de intereses políticos y particulares, casi siempre alineados en sintonía con el gobierno en turno (o a veces, brevemente, en contra, cuando no se llega a un acuerdo monetario). Pero aquel viernes extraordinario todo era armonía entre quienes deambulábamos por la redacción vacía y silenciosa, en la que flotaba una sensación de desamparo. Nadie había vivido algo así, y no teníamos idea de lo que podía ocurrir más adelante.
Salí del diario a la media noche, y al llegar a la casa que rentaba en Cerrada de Zaragoza mi hermano César me recibió con la noticia de que una patrulla había pasado voceando que abandonáramos las casas, porque también nos íbamos a inundar. Levanté lo que pude sobre los muebles (como tantas personas, creí que el agua sólo subiría unos cuantos centímetros), metí mis cámaras y mi disco duro en una mochila y salí. Las pocas calles por donde se podía circular estaban llenas de vehículos donde familias enteras cargaban con sus pertenencias hacia refugios o casas de familiares. Mi amigo Eduardo San Miguel, a quien en ese entonces apenas conocía, nos recibió en su casa de Ciudad Deportiva por esa noche. Al día siguiente mi hermano y yo nos cambiamos a la casa que el editor de Deportes Mauricio Valencia rentaba con otros amigos (entre ellos otro hermano mío, Jorge Alejandro) en Atasta. Desde ahí salí la mañana de ese sábado, con la única ropa y los únicos zapatos que tenía, a caminar para seguir tomando fotografías y asomarme a la que había sido mi casa en los últimos 7 años. El agua había subido más de dos metros. Me di la vuelta y me fui al centro a seguir tomando fotos. Era la mejor manera que tenía de ser útil, de contribuir con algo, por muy poco que fuera, a la situación.
A partir de ese momento mi relación con el entorno cambió. Uno de los obstáculos para la percepción del periodista es que siempre suele ser externo a las situaciones que cubre. Los problemas y desastres suelen ser de otros, y tras hacer la nota el fotoperiodista regresa a su entorno de seguridad (esto es más notorio en los corresponsales de las grandes agencias, que van saltando de desastre en desastre por todos lados). Pero en esta ocasión yo estaba en circunstancias muy parecidas a las personas que fotografiaba, y todo el estado vivía la emergencia de una u otra forma.
Ahora que ya no tenía ni casa ni cosas que me ataran a Villahermosa fue cuando la sentí más cercana. En retrospectiva me doy cuenta de que podría haber regresado a mi pueblo y evitarme molestias, pero en ese momento ni se me ocurrió. Me dolió recorrer entre el agua tantas calles llenas de recuerdos personales. Todavía hoy tengo a veces flashbacks cuando paso por ciertos lugares y los recuerdo sumergidos en agua o en la basura que surgió al retirarse aquella.

La avenida Gregorio Méndez, una de las principales de Villahermosa, 2 de noviembre de 2007. ©Francisco Cubas
El escuchar y fotografiar las historias de tantas personas que estaban en iguales o peores condiciones que yo me ayudó a relativizar mis pérdidas, a hacer menos doloroso el trauma. Las circunstancias excepcionales sacan lo mejor y lo peor de las personas: había robos, abusos sexuales en los albergues y lo peor, rapiña entre quienes debían organizar y distribuir la ayuda que llegaba a montones desde todo el país y el extranjero. Pero lo que a mí me tocó vivir más de cerca fue la solidaridad. Durante aquella semana crítica se podía platicar con cualquier extraño en la calle, no faltaba quien te ofrecía un aventón, algo de comer o incluso un lugar para dormir.
La gran inundación había llegado a su punto más alto, pero diversos acontecimientos prolongarían el estado de zozobra durante dos meses más. Luego de aquellos primeros días de noviembre de 2007 nuestro trabajo en el diario volvió ser dirigido por la política: en las portadas nunca faltaba el gobernador y en interiores todo se ajustaba a su discurso. Supe entonces que en cuanto pudiera dejaría de trabajar en los diarios. Había probado, por unos breves e intensos días, lo que era ejercer el fotoperiodismo y ya nunca podría estar conforme con aquella rutina burocrática que amenazaba con llevarse mis mejores años.
PD: Con este post termino estos breves apuntes personales sobre la inundación del 2007, aquí puedes ver las partes I, II y III. Si gustas ver más fotos sobre el tema dale click aquí.
Maestro, tu pluma es tan buena e inspiradora como tu fotografía, saludos cordiales
Muchas gracias Manolo, un abrazo!
Muy buen testimonio, se necesitan muchos de esos, para recuperar la historia de esos dolorosos días. un abrazo.
Muchas gracias maestro, efectivamente, harían falta miles de testimonios, un abrazo.
Maestro… Es todo un genio. Siempre es un honor trabajar con usted, mis respetos