En días recientes ha circulado por las redes sociales un artículo de la revista The Atlantic (que en realidad es un resumen de otro artículo publicado en The Public Domain Review), y que toca un tema que ya había sido abordado en otro artículo de Petapixel el año pasado. Los tres textos tratan de elucidar los motivos por los que las personas retratadas en las fotos antiguas no ríen. De hecho, la inmensa mayoría de los personajes retratados en el arte de todos los tiempos tampoco ríe. Y sin embargo a partir del siglo XX el acto de ser fotografiado es casi sinónimo de reir. «Say cheese» en inglés o «digan whisky» en español, son algunas de las frases que se utilizan para recordarle a los fotografiados lo que se espera de ellos. ¿Por qué esta fijación moderna entre la risa y la fotografía?
Es prácticamente imposible demostrar fuera de toda duda el origen concreto de un comportamiento social tan extendido, pero los artículos mencionados presentan varias hipótesis:
1) Las limitaciones técnicas de los primeros años de la fotografía hacían que las tomas durarán varios minutos, y no es posible conservar la risa (que es una reacción, no un gesto) durante tanto tiempo sin que se descomponga. Esto parece convincente para explicar su ausencia en las primeras fotografías, pero no explican la ausencia de la risa en la historia del arte, que abunda en gestos de dolor y angustia, tan efímeros como la risa.
2) La seriedad de la ocasión. Tomarse una foto en los primeros años del medio era un acontecimiento, algo que ocurría muy pocas veces en la vida, así que no podía tomársele a la ligera. Hay una cita de Mark Twain que refleja ese modo de pensar: «Una fotografía es uno de los documentos más importantes, y no hay nada peor para pasar a la posteridad que una tonta, estúpida sonrisa capturada y fijada para siempre». Esto explicaría también porqué los retratos de la pintura no ríen, pero no todas las pinturas, esculturas o grabados son retratos de personas reales, durante siglos el arte se ocupó principalmente de personajes religiosos que no estaban preocupados por pasar a la posteridad, puesto que ya vivían en ella.
3) La higiene dental. Según esta otra hipótesis, antes de los modernos cuidados higiénicos que ahora disfrutamos, la mayoría de las personas tenía dentaduras en mal estado, lo cual les impediría mostrarlas con confianza. Pero según el especialista en arte Nicholas Jeeves esto no es cierto: «Las dentaduras estropeadas eran tan comunes que no se consideraba que le restaran atractivo a nadie».
Como podemos ver las tres hipótesis son convincentes pero admiten varias objeciones. Tal vez cada uno de esos puntos tuvo algo que ver, pero me parece que no llegan a la esencia de la cuestión. Creo que el escritor checo Milan Kundera (cuya obra ha indagado tanto en la risa y el humor) se acercó mucho más en este fragmento de su novela La inmortalidad, publicada en 1988:
A las manos de Rubens llegó un viejo álbum de fotografías del presidente norteamericano John Kennedy: todas fotografías en color, al menos cincuenta, y el presidente en todas (¡en todas sin excepción!) se reía. ¡No sonreía, se reía! Tenía la boca abierta y enseñaba los dientes. No había en ello nada fuera de lo corriente, así son las fotografías de hoy, pero quizás el que Kennedy riera en todas las fotografías, que ni en una de ellas tuviera la boca cerrada, sorprendió a Rubens. Unos días más tarde llegó a Florencia. Estaba ante el David de Miguel Ángel y se imaginaba aquel rostro de mármol riendo como Kennedy. ¡David, ese modelo de belleza masculina, habría parecido un imbécil! A partir de entonces imaginaba a los personajes de los cuadros famosos riendo; era un experimento interesante: ¡la mueca de la risa era capaz de destruir cualquier cuadro! ¡Imagínense a la Mona Lisa, con su sonrisa apenas perceptible convirtiéndose en una risa que pone al descubierto los dientes y las encías!
Pese a que nunca había pasado en otro sitio tanto tiempo como en las galerías, tuvo que esperar a ver las fotografías de Kennedy para darse cuenta de una cosa tan sencilla: los grandes pintores y escultores, desde la Antigüedad hasta Rafael y quizás hasta Ingres, evitaron dar forma a la risa e incluso a la sonrisa. Claro, todos los personajes de las estatuas etruscas sonríen, pero esa sonrisa no es una reacción mímica a la situación del momento, sino un estado duradero del rostro, que expresa la eterna beatitud. Para un escultor de la Antigüedad o para un pintor posterior, un rostro hermoso sólo era imaginable en su inmovilidad.
Los rostros perdían su inmovilidad, las bocas se abrían, sólo cuando el pintor quería captar el mal. El mal del dolor: los rostros de las mujeres inclinadas sobre el cuerpo de Jesús; la boca abierta de la madre en La matanza de los inocentes de Poussin. O el mal del vicio: el Adán y Eva de Holbein. Eva tiene la cara hinchada y la boca entreabierta, de modo que se ven los dientes que acaban de morder la manzana. Adán a su lado es aún el hombre antes del pecado: es bello, en su rostro hay serenidad y la boca está cerrada. ¡En el cuadro de Correggio llamado Alegoría del vicio todos sonríen! Para expresar el vicio, el pintor tenía que modificar la inocente serenidad del rostro, estirar la boca, deformar los rasgos mediante la sonrisa. En ese cuadro sólo hay una figura que ríe: iun niño! ¡Pero no es la sonrisa de felicidad que enseñan los niños en las fotografías publicitarias de pañales o chocolates! ¡Ese niño se ríe porque está corrompido!
Es con los holandeses cuando la risa se vuelve inocente: el Bufón de Hals o su Gitana. Porque los pintores costumbristas holandeses son los primeros fotógrafos; los rostros que dibujan están al margen de la fealdad y la belleza.
Pero ¿cómo explicar que los grandes pintores hayan expulsado la risa del reino de la belleza? Rubens se dice: sin duda un rostro es bello porque se nota en él la presencia del pensamiento, mientras que en el momento de la risa el hombre no piensa. Pero ¿eso es verdad? ¿No es la risa el rayo del pensamiento que acaba de comprender lo cómico? No, se dice Rubens, en el instante en que comprende lo cómico, el hombre no se ríe; la risa viene a continuación como una reacción física, como un espasmo en el que ya no hay pensamiento alguno. La risa es un espasmo del rostro y en el espasmo el hombre no se gobierna a sí mismo, lo gobierna algo que no es ni la voluntad ni la razón. Y ése es el motivo por el cual el escultor antiguo no plasmaba la risa. Un hombre que no se gobierna a sí mismo (un hombre al margen de la razón, al margen de la voluntad) no podía ser considerado bello.
Si, contradiciendo el espíritu de los grandes pintores, nuestra época hizo de la risa el aspecto privilegiado del rostro humano, eso significa que la ausencia de voluntad y razón se ha convertido en el estado ideal del hombre. Podría objetarse que el espasmo que nos muestran las imágenes fotográficas es simulado y por lo tanto razonado y voluntario: el Kennedy que ríe frente al objetivo no reacciona ante una situación cómica sino que con plena conciencia abre la boca y deja al descubierto los dientes. Pero eso no hace más que demostrar que el espasmo de la risa ha sido elevado por las gentes de hoy a la categoría de imagen ideal, tras el cual decidieron ocultarse.
Rubens se dice: la risa es la más democrática de todas las apariencias del rostro: con nuestros rasgos inmóviles unos nos diferenciamos de los otros, pero en el espasmo somos todos iguales.
Un busto de Julio Cesar que ríe a carcajadas es impensable. Pero los presidentes norteamericanos parten hacia la eternidad ocultos tras el espasmo democrático de la risa.
El espasmo democrático de la risa nos iguala simbólicamente a todos pero oculta tras de sí la ausencia de voluntad y razón. No es de extrañar que sea la fachada preferida de la propaganda y la publicidad.
En otra de sus novelas, El libro de la risa y el olvido, publicada en 1979, distingue entre las dos principales actitudes vitales asociadas a la risa:
El hombre emplea la misma manifestación fisiológica –la risa- para expresar dos actitudes metafísicas distintas. El sombrero de alguien cae sobre el ataúd en una tumba recién abierta, el funeral pierde sentido y nace la risa. Dos amantes corren por la pradera, tomados de la mano, riendo. La risa de ellos no tiene nada que ver con las bromas o el humor, es la risa grave de los ángeles que expresan su alegría de existir. Ambos tipos de risa están entre los placeres de la vida, pero cuando se los lleva a extremos también denotan un Apocalipsis dual: la risa entusiasta de los ángeles-fanáticos, que están tan convencidos de la significación de su mundo que están dispuestos a colgar a todo quien no comparta el júbilo de ellos. Y la otra risa, que suena desde el costado opuesto, que proclama que todo ha dejado de tener sentido, que hasta los funerales son ridículos. La vida humana está limitada por dos abismos: el fanatismo por un lado, el escepticismo absoluto por el otro.
Vivimos en una época dominada por la publicidad, donde el ser feliz es la verdadera religión universal. El éxito de los libros de autoayuda, las conferencias de motivación personal, los tés relajantes y los analgésicos nos indican hasta qué grado sentimos hoy como una obligación o un derecho el ser felices todo el tiempo y en cualquier lugar, con la risa que expresa el acuerdo total, edénico, con el mundo. Es lo que ocurre en los álbumes familiares, donde todos los momentos son radiantes, plenos, llenos de luces sin sombras. La infelicidad, la melancolía, la incertidumbre, son perseguidas como plagas, y ya no se consideran parte aceptable de la vida misma.
Me parece a mí que ese es el motivo principal que se oculta detrás de tantas sonrisas forzadas en las fotos, pero aquí dejo al amable y paciente lector expuestas todas estas hipótesis, para que obtenga su propia conclusión.
Otro ejemplo, de que antes de que se impusiera la sonrisa como firma en la mayoría de las imágenes, son las fotografías de los familiares muertos y que se guardaban en álbumes. Para rápida referencia la película «Los otros» con Nicole Kidman. Cuando mi abuela murió hace 7 años ( y que ha sido la primer defunción de mi circulo familiar) no tuve el valor o la objetividad de hacer un retrato de mi abuela que yacía en su cama, así que, cuando llegó un amigo fotográfo a verme, le pedí la fotografiara y solo obtuve un gesto de extrañeza y aunque no fue un gesto grosero, solo se limito a decirme que mejor no que para que. Tal vez no hubiera visto el retrato a los pocos dias de su sepelio, pero a esta fecha, me agradaría ver un retrato de ese rostro de paz luego de que la ultima imagen que tengo de ella en la cabeza es la de verla sufrir por no poder darse a entender luego del mal que padeció.
Que bello comentario. Mi padre murió a los 12 años, ahora tengo 32. Pero como no sabía cómo asir ese acontecimiento, le tomé una foto en su ataúd. Tal vez por eso ahora la fotografía es uno de los puentes que tengo para relacionarme con el mundo exterior.
interesante porque todavia en algunos lugares de america central se acostumbra tomarle fotos a los muertos.
¿En qué libro viene el fragmento de Rubens y Kennedy? No hay una novela llamada «La eternidad» de Milan Kundera
Tienes toda la razón Ely, hay una errata en el post. La novela de Kundera de donde tomo el fragmento se llama «La inmortalidad», y es la que más me gusta de él después de «La insoportable levedad del ser». Gracias por señalar el error, ahora lo corrijo.