
Rogelio Cuéllar durante el diplomado que impartió en Villahermosa, en julio del 2011. ©Francisco Cubas
Rogelio Cuéllar comenzó su ya largo camino como fotógrafo cuando en una ocasión, siendo aún estudiante de preparatoria, asistió con su cámara a una conferencia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Para poner la anécdota en contexto hay que recordarle a los lectores jóvenes que en aquella época una cámara réflex era un objeto exótico manejado principalmente por iniciados, los eventos culturales no eran materia cotidiana de los diarios y no todo mundo quería ser fotógrafo. De modo que cuando, por alguna razón la Dirección Cultural de la UNAM necesitó una foto de la conferencia Rogelio era el único que la tenía. No por nada él ha descrito a la fotografía como una «llave mágica» que usó desde entonces para acceder a lo que más le interesa: las personas; ya sea a través del retrato de artistas o a través de la foto erótica.
En estos días Rogelio ha sido noticia por ser apenas el segundo fotógrafo (el primero fue don Héctor García) en recibir el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez durante una ceremonia que se celebrará en la 26ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). No me ocuparé de repasar aquí su trayectoria profesional, ya que ésta puede consultarse fácilmente en varios sitios a raíz del premio, como aquí y aquí. Quiero más bien compartir una pequeña parte de su lado humano.
Quienes tomamos el diplomado organizado en el 2011 por el Instituto Estatal de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes lo conocimos personalmente en julio de ese año. De personalidad hiperactiva, la primera impresión que da Rogelio es de intensidad, de constante movimiento y curiosidad, como si la convicción de no desperdiciar un solo instante lo quemara por dentro. Su prioridad, nos dimos cuenta, no era dar clases sino conocer a la gente. Buscó ser presentado con los artistas plásticos locales, frecuentó las galerías y fiestas del ambiente, no dejó pasar un día sin hacerle retratos a alguien.
Mostró su generosidad con la iniciativa de donar los primeros libros para la todavía inexistente biblioteca del Centro Fotográfico de Tabasco. Y es esa generosidad la que motiva hoy este pequeño apunte o post. Ayer me reuní en un café con mi compañero fotógrafo Jonathan Saúl Rosado quien saludó a Rogelio en la exposición de la Secretaría de Hacienda en Palacio Nacional y recibió la encomienda de entregar a todos los que tomamos clases con él un ejemplar de su catálogo Cuatro décadas del rostro de la plástica 1972-2011, que registra la exposición que presentó en el Museo de Arte Contemporáneo de Yucatán y en la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa. Es un bonito gesto del maestro para sus alumnos, pero mi sorpresa fue mayor cuando abrí el volumen y además de la dedicatoria vi mi nombre incluido entre los agradecimientos. Es un reconocimiento excesivo para el casi nulo papel que desempeñé en ese proyecto y es otra muestra de la generosidad de Rogelio (como dato para Tabasco el libro contiene un retrato del destacado artista plástico Marco Tulio Lamoyi).

El catálogo «Cuatro décadas del rostro de la plástica 1972-2011», con el teclado como referencia de escala. ©Francisco Cubas
En aquel julio de 2011 fui a la Ciudad de México por un encargo y tuve la oportunidad de conocer el departamento de Rogelio frente al Parque México, en la Colonia Condesa. Me impresionó, como a todos sus visitantes, entrar a un lugar tan repleto de libros, pinturas, esculturas, discos, donde una iMac convive con un cuarto oscuro y siempre hay una botella de vino lista para ofrecer sus invitados. Recuerdo que fui con una amiga, y que ambos fuimos convidados a una exquisita cena de comida japonesa junto a su hija Isadora Cuéllar, encantadora artista plástica dedicada a la cerámica. Al comentarle ese día que tenía la intención de asistir al taller que estaría dando Pedro Meyer en su Fundación aquel fin de semana tomó de inmediato el teléfono y habló con su amigo Ulises Castellanos, en ese entonces Director Académico de ese organismo, quien no dudó en ayudarme para poder participar.
Rogelio regresó en septiembre del 2011 a Villahermosa para impartir un breve taller de foto de desnudo y montar una exposición suya sobre el mismo tema en la galería del Palacio de Gobierno llamada «El paisaje del cuerpo, una cierta mirada». Laboraba yo entonces en el taller de impresión fina Makprint, y tuve el privilegio de imprimir las seis fotografías de gran formato que presentó en aquella muestra, una de las cuales donó para el Centro Fotográfico de Tabasco.
La vida ha sido generosa con Rogelio a través de su «llave mágica», pero también le ha puesto penas personales muy duras en su camino. Por eso me ha alegrado mucho la noticia del reconocimiento nacional a su trayectoria. Revisando el catálogo Cuatro décadas del rostro de la plástica 1972-2011 editado por la UAM y la Fundación Cultural Macay lo encuentro apenas pasable, a los retratos de los autores les falta la fecha en que fueron realizados y falta también una breve ficha de cada uno de los retratados. Además, la reproducción de las fotografías es bastante desigual, con graves deficiencias de tono y contraste en muchas de ellas. Sé que ya se prepara con La Cabra Ediciones la edición de dos libros: El rostro de la plástica y El rostro de las letras, donde resumirá su impresionante colección de retratos de artistas latinoamericanos. Ojalá que esas ediciones le hagan mayor justicia al impresionante trabajo que ha desarrollado a lo largo de su carrera, y ojalá que su obra continúe creciendo por muchos años más.